DIRECTOR

Una infancia animada. Así fueron los años de chaval de John Lasseter, nacido en Los Ángeles en 1957, y que disfrutaba con cualquier dibujo animado que se pusiera a su alcance en las matinales de los domingos.

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Una afición alentada por su madre, profesora de arte en la universidad, y que tenía la mente lo bastante abierta como para apreciar esta forma de expresión artística. De modo que cuando el adolescente John descubrió, gracias al libro El arte de la animación de Bob Thomas, que convertirse en animador podía ser una forma de ganarse la vida, no lo dudó. Él quería seguir siendo niño, ofreciendo aventuras protagonizadas por personajes animados; y su familia estuvo de acuerdo. De modo que estudió en el Instituto de las Artes de California, donde daban clase los maestros de animación de Disney, y allí se enamoró definitivamente de los filmes del tío Walt.


Que un animador visitara los estudios Disney era para él el equivalente de un devoto mahometano que peregrina a la Meca. Entre sus compañeros de aula de esa época se contaban Tim Burton.


El siguiente paso de Lasseter estaba claro: fichar por Disney. Allí permaneció 5 años como animador, en filmes como El cuento de Navidad de Mickey. Mientras trabajaba allí, observó las evoluciones de un film de la compañía que combinaba acción real y animación por ordenador: Tron. Esa película le abrió las ojos acerca de las posibilidades que ofrecían las nuevas tecnologías a la animación, por ejemplo a la hora de ofrecer tridimensionalidad. En este terreno encontró nuevas posibilidades en Lucas Film Computer, empresa creada por Georges Lucas para impulsar los efectos especiales. A Lasseter le había encantado en 1977 La guerra de las galaxias, y principalmente su logro de gustar a todo tipo de públicos; y frente a opiniones conservadoras de que las películas de animación estaban dirigidas sólo al público infantil, él creía que ese espectro amplio de espectadores también estaba a su alcance. Lucas le abrió un nuevo horizonte al hacerle ver que no sólo los fondos podían animarse con ordenador; se podía hacer lo mismo con los personajes. Con las herramientas informáticas y la colaboración de Ed Catmull (un informático cuyo sueño frustrado hasta ese momento era la animación) empezaban a ponerse las semillas de lo que sería Pixar, poniendo fin al divorcio que existía entre programadores y animadores: los que desarrollaban el software eran unos ignorantes en lo que a dibujos animados se refería, y los dibujantes tenían un miedo infundado a quedarse sin trabajo; pero Lasseter iba a remediar el asunto.
Lamparita, un corto protagonizado por unas lámparas tipo flexo, que dieron pie al logo de Pixar, sorprendió a los expertos. No sólo por estar realizado con ordenador, sino porque la historia tenía alma. Lasseter lo comprendió cuando un amigo le dijo que quería preguntarle algo; él esperaba una consulta técnica, pero no, sólo deseaba saber si una lámpara era madre o padre de la otra. El corto tuvo una nominación al Oscar; no lo ganó, pero más tarde tuvo tres Oscar en esta categoría, en 1989 por Tin Toy, en 1997 por El juego de Geri y en 2001 por Pajaritos.
Cuando Disney, tras una temporada de crisis, volvía a brillar en el campo de la animación gracias a gente como Roy Disney, Michael Eisner y Jeffrey Katzenberg, echaron un ojo al Pixar de Lesseter y Steve Jobs, y llegaron a un acuerdo para producir sus películas, conservando la independencia. Lasseter respetaba el estilo Disney de un protagonista, muchos secundarios y un montón de canciones, pero él veía las cosas de modo distinto. Quería hacer creíble lo increíble, “hacer la cosas realistas sin reproducir la realidad”.
A Lasseter le gusta trabajar a
 partir de conceptos, y cree que a un guión se le deben dar mil y una vueltas para que funcione. Una idea que se repite en todos sus largos es la de “pareja de colegas”, típica del género policíaco, como en la saga Arma letal. Así ocurre en los dos Toy StoryBichosMonstruos, S.A. y Buscando a Nemo. A ello añade cada vez un hilo maestro: el juguete que no es capaz de aceptar que es eso, un juguete; el juguete que no sirve al propósito para el que fue creado, encerrado en una vitrina; las hormigas que reclutan a un equipo para enfrentarse a los saltamontes que les explotan; el niño que cree tener un monstruo en el armario; la pequeñez del mundo cuando está limitado por las paredes de una pecera. Sin duda la mejor prueba de que Lasseter mima los guiones de sus filmes es su hazaña de haber logrado una nominación al Oscar en este apartado por Toy Story. Algo asombroso en un tipo de filmes que los académicos no suelen considerar a la hora de votar las estatuillas doradas.
El trabajo en equipo es una forma de hacer en la que Lasseter, muy alejado de la figura del creador tiránico, cree. El cineasta ha dado la alternativa a la dirección a muchos de sus colaboradores; y le encanta tener reuniones de trabajo, en las que siempre surgen buenas ideas y gags despiporrantes. Aunque entre su equipo de consultores nunca falta su propia familia, su mujer y sus cinco hijos, un público de cuyo criterio se fía mucho.